Yo también fui inmigrante. Crónica de unos recuerdos a mis siete añosOs cuento. Tenía tan solo 7 años cuando una mañana muy tempranosubíamos a un autocar junto a mis hermanos y mis padres. Creo que veníaalgún mozo más del pueblo, para iniciar una nueva vida en Barcelona.Si hubiese sido consciente del cambio que significaba en esos momentos yme hubiesen preguntado, me hubiese negado.Mi vida en mi pueblo era plácida y feliz. Mi padre era carpintero, como miabuelo y mi bisabuelo. Teníamos una casa amplia y nos pasábamos el día enla calle o en el corral. Yo ya iba al colegio claro, pero no tengo muchosrecuerdos. Tan solo una visión, unas gotas sangre roja que derretía la nievedel camino a casa después de haberme pillado el dedo con una puerta delcole. Me acompañaron mi hermano Enrique y su amigo Pablín. Ninguno delos dos vive ya.En verano como hacía mucho calor jugábamos en el portal, la fresca entradade la casa, en el suelo. Con mi hermano Enrique hacíamos tómbolas, él poníasus indios y caballos de plástico monocolor, sus tabas y regaliz y vendíamosboletos a una perra chica. Con lo que sacábamos me mandaba corriendo acasa de la señora Juana a comprar más regaliz, tanto en palo como negro. Enlas tardes pasaba la piñonera, los piñones castellanos son buenísimos. Losvendían un poco rajados para que los pudiéramos partir. Y el carro delheladero. Pero mi madre nunca nos compraba nada. Eso fue una constanteen mi infancia, tanto allí como aquí en Barcelona. Éramos tantos que nopodían comprar los caprichos de todos. Así que nada para ninguno.Cuando al cabo de muchos volví, el olor de aquellos pinares me embriagabay me devolvía aquella infancia feliz. Me preguntaba el porqué vinimos si a mipadre en su taller no le faltaba trabajo y aquí no pasamos de estudiosprimarios. Mis hermanos hubiesen acabado en el taller, como así fue aquítambién, menos uno, que estudió Comercio y se colocó en unas oficinas. Ylas chicas? Claro, las chicas allí, sin estudios acababan yendo a servir aalguna casa a Ávila, Salamanca o a Madrid. Mi madre no quería eso. Y ademásella siempre quiso irse a vivir a una capital. Era su sueño, Envidiaba a susprimas cuando volvían de Salamanca con esos vestidos y peinados. Ellas lasproveían de telas para hacernos los vestidos y abrigos, de revistas de moday cancioneros, donde venían las letras de las coplas que oían en la radio.Todas eran modistas, mi madre, sus primas y mis tías. Tiempo entre costuras.Pero a lo que íbamos, que recuerdos tengo muchos y eso sería para otracrónica.Mi padre había marchado un año antes a buscar fortuna, bueno, más bien abuscar simplemente un trabajo en tierras lejanas. Primero fue a Bilbao,después de unos meses de no encontrar nada y de no sentirse a gusto contanto sirimiri y el humo de los altos hornos, se fue a Zaragoza donde leprometieron un buen cargo en una fábrica. Pero ni fue un buen cargo ni eranada parecido a su oficio, así que junto a mi tío Melchor se vinieron paraBarcelona; pobrecito mi tío Melchor, murió a los 30 años de un tumor en lacabeza. A mi me parecía muy mayor entonces pero solo eran 30 años y eraun buen mozo, según me cuenta mi madre. La recuerdo planchando yllorando cuando me lo dijo ... De hecho, el recuerdo que tengo de mi madrecuando yo era pequeña era de luto, embarazada y poniendo en remojomontones de sábanas.Después de casi un año trabajando en diferentes lugares en Barcelona yviviendo de pupilo junto con otros paisanos en una casa de huéspedes, mipadre consiguió reunir la entrada para un piso en el barrio de La Verneda,justo delante de lo que después sería la primera autopista de Cataluña, Barcelona-Mataró. Entonces huertos y casas bajas y vacías entre cuyas paredestranscurrieron nuestros primeros juegos. ¡La de tesoros que encontrábamos!Durante ese año mi padre volvió varias veces al pueblo. Ese día siempre era una fiesta;yo presumía con mis amigas y les enseñaba los regalos que nos traía. Unparaguas pequeño, un impermeable amarillo con gorro de pescador... Y delas palabras que nos enseñaba: A los chicos les llaman Nois, y a la puerta,Porta. “Tanca la porta i porta la clau” No entendíamos nada, pero nos hacíamucha gracia.Después del viaje en autocar que salió de la plaza de Santa María y dondenos fueron a despedir mi tía Carmen, mi primo Javier, un año mayor que yo yla señora Lorenza, llegamos de noche a Ávila. Siempre me quedé con la dudade porqué lloraban al despedirnos. Para mí era una fiesta ir en autocar. Nuncalo había hecho antes.Recuerdo la imagen de ir todos en fila por la estación de Ávila para coger untren que nos llevaría a Madrid. Mi madre con una bebé de cuatro meses enbrazos y mi padre y un paisano con las maletas. Mis dos hermanos mayoresEnrique y Jesús de 11 y 12 años supongo que cogiendo de la mano lospequeños, Tino y Conchi, de 5 y tres años. ¿Y yo? Supongo que cogida dela falda de mi madre.Dormimos en ese trayecto y horas después estábamos en la casa de unaprima de mi madre en Madrid, intentando hacer la siesta todos juntos en unacama, pero lo único que hacíamos era saltar en el colchón mientras mi madreatendía a la niña, la peque, mi hermana Feli. Como nació unos días antes quemi cumpleaños alguien me dijo que era mi regalo y durante mucho tiempo creíque era mía. No tuve regalos yo de pequeña, ni una muñeca. Los lutos, decían,hacían que los Reyes Magos no pasaran por casa.En el vagón del tren destino Barcelona, cerrado para nosotros, veo a mi madresacando la hogaza de pan, la tortilla de patata, el lomo frito y el chorizo enaceite y repartiendo rebanadas para todos. Ella con la niña en brazos, claro.Once horas de viaje. O más.De noche mis dos hermanos mayores subieron a los portaequipajes de reddel vagón y durmieron allí. Los demás, unos encima de los otros imagino.El despertar fue mágico. Dos azules inmensos, el del cielo y el del mar se abríaante nuestros ojos por la ventana de aquel tren. Fue la primera vez que vi elmar. Debíamos ir ya por la provincia de Tarragona. Al verano siguiente ya nosbañábamos en la playa del Campo de la Bota.Llegamos a la estación de Francia casi a mediodía y allí nos esperaban dostaxis y un paisano que hacía años que vivía en Barcelona. ¡Qué guapo eraGuillermo! Bajar del tren se demoró bastante. Maletas en la mano, aquellasenormes de tela, niños... y mi hermana Conchi que con tres años se metiódebajo de un asiento al ver a Guillermo y decidió que no se movía de allí. Latuvieron que sacar llorando y meterla en el taxi obligada. Los demásobedientes y expectantes.Al llegar a la vivienda de la nueva vida, todo era una novedad. Lo primero tenerque subir las escaleras de dos pisos para acceder. Otra, asomarnos por aquelbalcón tan alto, aunque el bloque tenía nueve plantas y estábamos en unprimero con entresuelo. Nos dio por tirar cosas a la calle para bajarlas abuscar. ¡Fotos, tijeras... pa haber matado a alguien!Aún no habían llegado todos los muebles que mis padres habían mandadopor camión, así que el primer día comimos sobre unas cajas con enseres quemi madre había ido mandando semanas antes. Otra vez tortilla de patatas ylo que sobró del viaje.Según me cuenta mi madre éramos los segundos vecinos en instalarse enaquel bloque, y seguían construyendo más a los lados. Ahora es la Gran Viade les Corts Catalanes, entonces, Avenida José Antonio Primo de Rivera.No teníamos ni luz ni agua. Bajábamos a la obra a coger agua en cubos ybotellas. Y de la luz, mi padre, tan espabilado como siempre, la pinchó de laobra.Eso fue un viernes, el lunes empezamos en el colegio. Un colegio nacionaldonde cantábamos en Cara el Sol y otros cánticos de la falange. Donde,aunque pocas, algunas niñas hablaban una lengua que no entendía. Nuestrobarrio era una especie de guerra de inmigrantes de toda España.Los primeros meses, para ir a la escuela, nos recogía un autocar y allí nos quedábamostodo el día. Para mi lo peor era la comida del comedor. Y que a los pocosmeses de estar aquí me cortaron mis preciosas trenzas que reservábamospara mi primera comunión. Operaron a mi madre de apendicitis, y entoncesera una semana en el hospital así que mi padre nos llevó a la Conchi y a mí ala peluquería del entresuelo para no tener que peinarnos cada mañana. Aunasí, en aquel día de mayo de 1965 y vestida de princesa me sentí protagonistapor primera vez. Era difícil serlo con tanto hermano.No volví al pueblo hasta el verano de cuatro años después, con unos tíos quepasaron por Barcelona desde Mallorca. Pasé allí más de dos meses viviendoen la casa de tres de mis tías. Fueron las mejores vacaciones de mi vida.Pero eso, eso ya serían otras historias. Solo puedo contaros que los primerosaños en Barcelona no fueron fáciles, para ninguno, aunque cada uno nosquedamos dentro las diferentes experiencias que han ido saliendo endiferentes conversaciones, ya de mayores.Mientras tanto intentábamos pasarla infancia lo mejor que podíamos, a pesar de todo.
17 de septiembre de 2021
Emigrar en los años 60 | Historia de mi infancia
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